La palabra que antiguamente se usaba para designar el whisky era uisge beatha (pronunciado, oosh-ga bih-houh), que en gáelico escocés significa ‘agua de vida’.
Considerada la bebida nacional de Escocia, la historia del whisky está estrechamente vinculada a este territorio
El oro amarillo perfila su rica paleta aromática sobre estas tierras atormentadas. Se calcula que el proceso de destilación se importó a Gran Bretaña en los siglos IV y V.
Más tarde, Escocia fue testigo de la expansión de cinco regiones de producción bien diferenciadas. La región de Speyside, situada al este, concentra más de la mitad de las destilerías del país. Su impresionante Ruta del whisky (en inglés, Whisky Trail) es una buena prueba de ello.
Marcada en lo más profundo de su alma por la cultura del whisky, Escocia ha participado en gran medida a su difusión mundial.
En tiempos del Imperio británico, las botellas de whisky comenzaron a conquistar a degustadores del mundo entero entre las filas de los highlanders, los habitantes de las tierras altas de Escocia.
A día de hoy, el whisky escocés sigue siendo la expresión de una cultura plurisecular bien viva. Basta con entrar en cualquier pub de Edimburgo o de la isla de Skye para ser testigos de la seriedad con se habla del whisky escocés.