Mientras visito una bodega de whisky escocés, me impacta la serenidad que se respira en su interior. Nada parece moverse. Pero esa impresión es engañosa. Me han explicado que, aunque el whisky se almacene en un barril de roble perfectamente cerrado, una parte consigue escapar. Es lo que recibe el nombre de la parte de los ángeles.
Cada año, un barril pierde en torno a un 2 % de su contenido. Durante este proceso, el whisky ve reducida su intensidad, pero gana carácter y desarrolla complejos aromas.
Por este motivo, siempre reina la oscuridad en las bodegas. Durante mi visita a Elgin, me sorprendió el intenso color negro de las paredes. Es un fenómeno natural. El alcohol que se escapa alimenta a un diminuto moho negro que se adhiere a las paredes de la bodega. El whisky que se evapora no es visible, pero deja sus huellas tras de sí.