El alquimista del castillo de Stirling

¿Quién no ha soñado nunca con poseer una cantidad tal de oro, que un carruaje de 100 caballos fuera incapaz de transportar semejante tesoro? Tal era el deseo del rey James. Por la noche, se imaginaba acariciando la piedra filosofal y transformando todos los objetos de hierro de su castillo de Stirling en el metal precioso.

Un día, en que un misterioso visitante apeló a su hospitalidad, el rey sintió como su corazón se sobresaltaba. ¡ El hombre afirmaba ser un verdadero alquimista ! Prometió al rey, cegado por la avaricia, convertirlo en un hombre rico. ¡ Más rico que todos los soberanos juntos !

Seducido, el rey le ofreció lo que deseaba: un techo, un título honorífico, una pensión, el acceso a sus propias reservas de whisky y, sobre todo, un lugar oculto en el que trabajar.
Con la confianza otorgada por su nuevo estatus, el hombre se adentraba en las entrañas del palacio. Cada día, el rey le convocaba para preguntarle: “¿Has logrado transformar en oro los metales de mi castillo?“ “Aún no, Señor, quizás mañana”. Trascurrieron varios años, hasta el punto que el rey comenzó a dudar. ¿ Sería este hombre un poderoso mago o un desvergonzado impostor ? La sed de oro lo atormentaba.

Sintiendo que su suerte se agotaba, el hombre decidió escapar. Las largas noches pasadas tratando de mutar los viles metales en oro, habían trastornado su mente. A decir verdad, había perdido el juicio por completo. En su mente enferma se imaginó una fuga grandiosa, echándose a volar. De este modo, el pícaro personaje se dispuso a confeccionar dos alas, con plumas que había ido recogiendo. Una noche, ataviado como una rapaz, se lanzó desde lo alto de la muralla de Stirling… para precipitarse al vacío.

A los pies de la fortaleza, solo quedó un puñado de plumas, una moneda de oro y en el fondo de una grieta inaccesible, un resplandor dorado. El rey intentó picar la roca, introducirse en los resquicios, pero era imposible acercarse. Como imposible fue también encontrar en los laberintos del castillo el laboratorio del alquimista. El rey a su vez acabó perdiendo la razón. Y desde entonces, por la noche, podemos encontrarnos con el fantasma del alquimista, vagando sin descanso por los túneles del castillo de Stirling.

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