Entre todos los lochs de Escocia, el Loch Katrine presentaba una particularidad: nunca se había helado. Esto se debía a la fuerte corriente que lo atravesaba. En la orilla de este loch vivía un joven que respondía al nombre de Colin McArthur. En su pequeña cabaña, tocaba a menudo la gaita. Todo el mundo lo quería, dado su carácter alegre, pero a ojos de los lugareños más piadosos, tenía un defecto: nunca iba a la iglesia.
Un día, mientras tocaba la gaita durante la fiesta del pueblo, Colin vio a una hermosa joven de nombre Kate. Kate también posó sus ojos en Colin y se enamoraron.
Aunque Kate estaba enamorada de Colin, su familia dudaba de la seriedad del chico. Kate dio su consentimiento para poner a Colin a prueba. Si realmente la amaba, le acompañaría a la misa de Navidad.
Cuando se enteró, Colin se enfadó… pero su amor era mucho más fuerte.
La noche de Navidad, Colin se preparaba para asistir a la misa, cuando un hombre se presentó en la puerta de su cabaña. Con su barba negra y su mirada sombría, el desconocido no tardó en desvelar su identidad. “Soy el diablo” dijo. “Si te quedas conmigo esta noche, haré de ti el mejor gaitero de toda Escocia y todo el mundo te envidiará”.
Colin dudó, imaginándose como un glorioso músico, pero rápidamente volvió en sí. Le había hecho una promesa a Kate y la mantendría. Ante su determinación recuperada, el diablo se retiró. Pero conocer al maligno siempre trae consecuencias.
Cuando quiso tomar su barca para atravesar el loch, el joven no la encontró. El diablo la había robado. Colin veía ya el amor de Kate perdido, cuando el lago se llenó de unos curiosos reflejos. ¡ No era agua, sino hielo ! Mientras corría para cruzar el loch, Colin oía los pasos del diablo, que intentaba atraparle. Apenas llegó a la orilla, el hielo comenzó a resquebrajarse, engullendo al diablo tan rápido como había llegado. Colin se reencontró con Kate y esa fue la única vez que se vio el Loch Katrine helarse. En nuestros días, se dice que, si escuchamos atentamente en la orilla del Loch, aún podemos escuchar los lamentos del diablo por haber perdido el alma de un condenado.
