El kelpie es una de las criaturas más temidas de toda Escocia. Esta bestia sobrenatural, conocida por aparecerse en los lagos y los ríos, disfrutaba tomando la forma de un apacible caballo, para atraer mejor a sus víctimas, antes de devorarlas en su guarida.
Bajo un pontón del Loch Lomond, los habitantes sabían que se encontraba el territorio de un kelpie. A veces, podíamos oírle aullar. Un sonido tan aterrador que había quien lo comparaba con los gritos de los perros del infierno.
Un día, Douglas Buchin, un granjero del pueblo movido por la ambición, vio un caballo negro vagando por la orilla del Loch. Sospechando la naturaleza real del animal, se abstuvo de montarlo, temiendo acabar en el fondo del río. La única manera de dominarlo era pasarle una brida. Discretamente, se acercó y antes de que el falso caballo pudiera reaccionar, le agarró por el hocico y le echó el lazo. La suerte estaba echada. El kelpie estaba prisionero.
Si un kelpie libre podía dar muestras de una fuerza sobrehumana, ocurría lo mismo cuando se les sometía. Un golpe de suerte para el ambicioso granjero, que quería construir en lugar de su casa, una hermosa mansión, más hermosa que todas las del condado. El caballo, provisto de arneses, fue utilizado para construir la desmesurada obra
Douglas Buchin había dado unas instrucciones precisas para guardar a un obrero tan eficaz. En ningún momento y bajo ninguna circunstancia se debía soltar la brida del caballo. Todo transcurrió con normalidad durante muchos años, hasta el punto de que para todos el kelpie era un animal familiar.
Un día, una de las jóvenes trabajadoras de la granja entró al cercado y trabó amistad con el animal. Cabe señalar que el caballo no dejaba de lanzarle miradas que invitaban a la piedad. Para permitir que el caballo negro comiera bien, aflojó su traba.
Un error fatal. En cuanto se vio liberado, el kelpie soltó una diabólica risa y pronunció la siguiente maldición. Todas las piedras que había cargado volverían a la tierra, y nada podría ser construido nunca en ese lugar.
Dicho y hecho. La mansión se derrumbó sin dejar ni rastro de ella, para gran desesperación de Douglas Buchin. Quien queriendo ser demasiado pretencioso, lo único que logró fue ser infeliz.